Lo más impactante de la partida fue el inicio. No había siquiera levantado edificios importantes para defenderme de los enemigos, cuando de la nada, General Manuel Comneno, mi aliado, comenzó a enviar una serie masiva de tributos. Me alarmé. En otras partidas, en un periodo anterior a la existencia del blog, en mapas que hubo considerables extensiones de agua, sucedía que los participantes se iban retirando ya que no podían desarrollarse como corresponde, por falta de espacio. Mi preocupación fue la posibilidad de enfrentar prematuramente a los rivales restantes para lo cual no me hallaba preparado.
Sin embargo, General Manuel Comneno continuó presente en la batalla y no sólo eso. Aprovechó el terreno para expandirse ampliamente, construyó murallas y castillos, explotó recursos en las proximidades, y cuando éstos se consumieron se aventuró paulatinamente hacia otros territorios para servirse de lo que los anteriores oponentes hubieron dejado.
Quizás lo anterior se puede ver graficado en las dos primeras, capitulaciones. Primero el turco Kai Kobad e inmediatamente después Saladino, acaso el más famoso de los sarracenos, el hombre que históricamente recuperó territorios en posesiones de los cruzados en Tierra Santa. Ésta deserción me desilusionó un poco ya que esperaba más de él, por su nombre y por la historia; pero en el juego fue otra cosa.
Las dos eliminaciones no tuvieron que ver exclusivamente a encontrarse en un área difícil para expandirse y aprovechar los recursos. Kai Kobad, uno de los dos turcos de la partida, cedió la victoria ante los persas. Muy cerca de ellos y separado tan solo por un vado, tuvo sobre sí las incursiones que acabaron por eliminarlo. Fue atacado con todo el empuje, empeño y capacidad que se tiene al inicio de la partida. A parte de ello, obviamente, su territorio era muy angosto. Ambos factores descritos determinaron la derrota de aquel turco. Posteriormente, Emperador Kavadh, el persa, aprovechó el territorio conquistado para expoliarlo; aunque no por mucho tiempo.
En cuanto a Saladino hay que decir que disputó con Kai Kobad, el último puesto de la clasificación final. Tan sólo un punto a favor del rey sarraceno fue la diferencia entre ambos. Que yo recuerde no hubo un ataque sostenido a Saladino por parte del bizantino General Manuel Comneno. Más allá de unas escaramuzas para defender el territorio, hacerse retroceder, pelear por un bosque o minas de oro, en la cual estuvo mi participación, con el envío de catafractas, no hubo algo más. Ni uno ni el otro progresaban mucho en sus afanes por vencer a su respectivo oponente. Probablemente la situación no se le manifestó favorable para Saladino y así perdió. No hay otra posible explicación ya que entre los persas y él, habitaba un aliado suyo, por medio del cual, sólo superándolo, podían alcanzar las tierras del afamado sultán.
Con dos enemigos fuera, un aliado aún en la lid y sintiendo la terrible amenaza de la artillería turca y los peligrosos elefantes de guerra persas, había que tomar acciones inmediatas antes que el peligro se materialice en devastadoras incursiones enemigas. Para contrarrestar el problema se necesitaba una acción inmediata: poner freno a la ofensiva persa y evitar que prosperen.
En dichos momentos tanto mi aliado como los dos persas y, esporádicamente, el sobreviviente sarraceno atacaban sin descanso a Bayaceto, el último turco en pie dando lucha. Éste podía resistir los embates enemigos, en un principio; posteriormente fue perdiendo capacidad de defensa y los enemigos ya podían, poco a poco por cierto, ingresar en su ciudad a pesar de que caían víctimas de los castillos o las torres de bombardeo. Sin embargo me pregunté ¿qué pasaría cuando el turco caiga derrotado y quién iba ser la próxima víctima? Pude haber sido yo.
Entre las tierras de Bayaceto y las dos ciudades persas había un territorio completamente deshabitado, tal como se pudo reconocer por medio de los exploradores. Era la tierra de Kai Kobad, de la que sólo quedaban murallas y puertas. Una vez enviada una expedición de catafractas y constructores, se comenzó levantando un castillo, erradicando los dos castillos del Emperador Kavadh y, posteriormente, a los leñadores enemigos. Así se ganó ese espacio de tierra que, a la postre, fue determinante. Se levantó las murallas, se cambiaron las puertas y se creó un muelle que trabajó como astillero en la creación de una flota que enfrentó a la persa de Emperador Kavadh y del Sha Rukh.
El combate fue difícil. Las naves de nuestra flota eran hundidas, pero ese astillero iba creando nuevas embarcaciones de guerra e iban al frente. Paso a paso fue minando el número de naves enemigas hasta que concluyó el combate con el bombardeo y destrucción de sus muelles y las edificaciones costeras. La resistencia persa para defenderse en las aguas fue aniquilada. A la par de ello se venía dando una importante situación en las tierras de Bayaceto. Muchos de sus aldeanos habían perecido; sus defensas, eliminadas. Tanto el ejército como la flota del General Manuel Comneno habían hecho su trabajo a la par. Fue un excelente aliado. Posteriormente, nuestra flota fue dirigida hacia las costas de Bayaceto sólo para ayudar en la destrucción torres defensoras turcas facilitando el ingreso en la ciudad al ejército de los bizantinos rojos.
Cuando restaron tres rivales: Emperador Kavadh, Sha Rukh y Califa Yazid, la labor que marcó el triunfo fue repetitiva. Primero: eliminar con armas de asedio o galeones artillados de elite las defensas costeras y segundo: ingresar a la ciudad a barrer con todo lo que se encuentre; sean aldeanos o sean edificios. De esa manera el ejército la tuvo más fácil que si se hubiese internado en las ciudades bajo las flechas de castillos y las balas de cañón de las torres de bombardeo. Una vez más, el empleo de la táctica militar: aprovechar ventajas nuestras y deficiencias ajenas.