Se había empezado a explotar los recursos cercanos, crear más aldeanos con los alimentos obtenidos; con la madera, edificios; con la piedra, castillos, cuando repentinamente, Rey Leovigildo (naranja), mi aliado, que estaba cerca fue rápidamente eliminado de la partida, dejándome con la responsabilidad de superar todos los obstáculos posibles para lograr la victoria.
Fue realmente difícil soportar el vendaval del enemigo. No dejaban respirar. Primero venía uno, era vencido; luego otro, el mismo resultado; un tercero, igual. No obstante las pequeñas victorias había un detalle: cada vez se iban a la tumba un número determinado de soldados y debían ser reemplazados por nuevas unidades. Además, el enemigo se iba derribando un castillo, una torre, un cuartel, o dejaban un hueco en los muros de piedra que era imposible de reconstruir. Así, poco a poco, iban minando la capacidad de responder al ataque. Los recursos no se reponían a un ritmo mayor a la manera como fluían hacia su pérdida.
Lo difícil fue sobrellevar el cansancio de seguir luchando y sólo ver hombres caídos. Se descuida muchas cosas. Ya no se levantan nuevos castillos, tampoco se restituyen los edificios caídos y si el enemigo llega, la tiene más fácil. Recuerdo hombres de todos los bandos ingresando “como Pedro en casa” por los huecos de los muros y haciendo de las suyas: acribillaban aldeanos, mataban monjes, destruían casas. El límite poblacional disminuía.
Entonces, recordando viejos asaltos a ciudades conquistadas en el pasado, llevé a la práctica una costumbre muy vista en los rivales: tener extensos campos dedicados a la agricultura. Los aldeanos dejaron la ciudad, tácticamente, a merced del rival como tierra de nadie, y se retiraron al extremo más septentrional del mapa para usarlo como campo agrícola. Poco a poco se fue ganando una cifra mayor en la recolección de alimentos y cada vez era usada en crear nuevos aldeanos que se dedicasen al agro. A mayor número de gente trabajando, lógicamente se originaba un mayor ingreso de alimentos. Conforme hubieron alcanzado un punto más crítico, los godos rojos, de inmediato, comenzaron su resurgimiento. De modo inexplicable dicho punto de quiebre coincidió con una disminución de la intensidad ofensiva del enemigo.
Pero poco antes de caer en el punto crítico, un grupo de húsares fueron enviados a explorar el terreno enemigo más cercano. Rey Alarico II presentaba una forma de ir alejando al enemigo de la ciudad de los godos rojos, al mismo tiempo que se iba expandiendo el área libre alrededor de la ciudad. Es muy diferente tener enclaves apartados, separados y poco consistentes. Son más fáciles de perder. Es mejor ir ganado el área cercana a fin de que éstas sean una forma de extensión territorial.
En la contraofensiva Rey Alarico II no supuso mucha resistencia. Teias el Godo se declaraba derrotado, luego de perder sus dos últimos cañones de asedio a manos de los godos rojos. Se puede dar dos explicaciones. La primera, ellos estuvieron enfrentando otros rivales; la segunda, el nivel de su propio desarrollo: es muy posible que no contaran con la misma suerte que otros.
Con sólo tres rivales restantes, la situación más calmada, los godos rojos comenzaron primero: apagar los incendios, después a reconstruir su ciudad y cubrir las aberturas con empalizada. Luego, los aldeanos fueron enviados a determinadas tareas y crearon un ejército más estable. Con los esporádicos ataques y los altos recursos, se podía reemplazar a los caídos inmediatamente. Se emprendió una campaña definitiva.
Sólo quedaron vigentes las tres ciudades que ocupaban el extremo sur del mapa. De ellas elegí atacar la ciudad del centro, rompiendo una alianza y para dejar a los dos restantes como antagonistas entre sí. Una forma de aplicar la máxima “divide y vencerás”. Gracias a ello, el pago por espías fue más barato. No hubo mucha resistencia por parte de aquellos godos, sólo esporádicos intentos y las flechas de las torres, que eran muchas. Del Rey Leovigildo se pudo obtener una reliquia. Con esa sumaron cuatro en posesión nuestra. La producción de oro no cesaba.
Cuando se emprendió la ofensiva final, Teodorico el Godo no tuvo mucho con qué defenderse, salvo escasas intervenciones de unidades que peleaban por el honor. Lo que sí hacía difícil llegar al corazón de su ciudad fue la excesiva cantidad de torres y castillos por doquier. En este tramo jugó un papel fundamental la artillería. Los cañones de asedio fueron abriendo camino a los godos rojos. Incluso, no sólo se dedicaron a destruir torres o castillos, sino también, a dar en el blanco de valientes aldeanos dispuestos a reponer una torre u otro edificio que había sido derribado, antes de sucumbir.
Sintetizando, fue una partida difícil, se pasó de la inminente derrota a la victoria total gracias a la decisión de colocar más aldeanos dedicados al agro. Con ello la alicaída economía mejoró y permitió el resurgimiento. La posición fue ideal: los campos agrícolas fueron ubicados al norte de la ciudad, el enemigo estuvo entretenido con destruir la ciudad. También hubo un poco de suerte. El momento del declive de los godos rojos fue, en general, un declive compartido por todos; pero bien aprovechado por los míos. De lo contrario no se hubiese obtenido la victoria.