miércoles, 17 de noviembre de 2010

Juana de Arco. Un pequeño análisis

Debido al tiempo transcurrido —desde su estreno hasta hoy— ya debe haber literatura crítica de cine muy desarrollada sobre la película. Entonces, evitando caer en un círculo vicioso, mi pretensión es encontrarle algún punto, visto desde cierto ángulo, que termine por ser original y novedoso. Es por ello que termino haciendo esta suerte de ensayo o apreciación crítica centrada en uno o dos temas. Por otro lado, estudiar la película globalmente seria un proyecto que tomaría años y el formato del blog no permite algo tan extenso.


¿Loca o santa? Un intento por entender la vida de Juana de Arco

Juana de Arco habita un hogar profundamente católico. Ella misma es capaz de acudir a la iglesia para la confesión apenas cometa el más mínimo pecado… así sea el tomar los zapatos de su padre y entregárselo al más necesitado. Es como si pretendiera vivir perennemente en ese estado de gracia descrito por los predicadores, el de la comunión con Dios y la vida de santidad, a la que deben aspirar todo los humanos, como señalan los catequizadores.

A Juana la violencia y destrucción de la guerra la toman por sorpresa. Ha recibido la absolución del párroco y está por retornar a casa, un poblado de unas cuantas casas habitadas por campesinos. En esos momentos se encuentra en esos estados de gracia o manifestación divina en las que presencia a “un niño hermoso” con el que juega como en un lugar especial y alejado de cualquier intromisión de la perfidia humana; en el mismo lugar se le aprecia jugando con una espada que encontró en el camino. En fin, los ingleses atacan, hacen el saqueo y destrucción y violan a su hermana apenas muerta lo cual motiva a Juana que se cuestione sobre la bondad y el bienquerer de Cristo y lo que él ofrece a sus seguidores en la tierra.

Hay dos cuestiones que considerar. La espada y la muerte de su hermana. Lo que va considerar Juana es que la aparición de la espada no es fortuita sino más bien divina ya que se relaciona con el momento que quemaron su aldea y la muerte de su hermana mayor. Para Juana el mensaje es claro: tomar las armas y luchar por su país. El segundo detalle en cuán traumático puede resultarle presenciar, siendo una niña piadosa, la violación de un cadáver más aún que sea de un ser tan querido como su hermana. A partir de aquí cualquier despistado podría creer, bajo las premisas de un razonamiento facilista, que Juana sufrió una horrenda experiencia, que traumatizó su vida, y a partir de dicho momento tuvo visiones que la incitaron a tomar las armas contra los invasores ingleses; pero la cosa no es así porque Juana de Arco ya tenía tales visiones mucho antes de presenciar el salvajismo del violador. De todas maneras, la espada y la lucha por Francia, junto a las visiones, jugaran un papel fundamental en el desarrollo de la película y su posterior desenlace.

Las escenas siguientes al entierro de su hermana y que sea acogida por sus parientes de otro poblado son de un matiz más dramático. Sus incontestables preguntas sobre la voluntad de Dios y sus propósitos sobre los vivos, el deseo exagerado de renunciar al valle de lágrimas y unirse a Cristo a través de la comunión, deseo que se manifiesta con su ingreso nocturno a la iglesia para beber (a escondidas) el vino con el que se consagra la misa. Lo anterior no es más que una forma de reiterarnos su exagerado amor por el Dios cristiano.

Posteriormente la película nos muestra a una Juana cercana a los veinte años. Ella pasa la prueba de fuego para identificar quién es el Delfín de Francia en medio de la multitud cortesana. De acuerdo a los estándares de la época era óptimo para reconocerle su aura de santa, ya que sabe de algo que nadie le ha informado previamente; luego debería pasar la prueba de estar “inmaculada”, un examen médico con el objetivo de entender si aún lleva la virginidad o no. Todo queda en una gran admiración, pues consideran a Juana como una santa, por un lado; por el otro, despierta sospechas ya que no toda la corte del Delfín cree en milagros, luego de tanta sangre derramada en el campo de batalla y el pesimismo derivado de años plenos derrotas. Sólo el futuro rey Carlos VII le tiene un poco de fe. Es que quizás ya no tenía más cartas con cuáles jugar.

Lamentablemente, los aspectos terrenales y espirituales se entremezclan seriamente y resultan confusos a simple vista. Previamente a la captura de La Tourelle, Juana sueña que está en un pasaje oscuro y llega con una antorcha al trono en el que habitualmente se sentaba el niño que representa a Cristo. Es de noche. Posteriormente, cuando logran ingresar en la fortaleza que protege a Orléans Juana entra en un trance mientras es empujada por su ejército contra el inglés en un escenario que combina fuego, destrucción y muerte. En sus visiones ve un hombre, muy parecido a Cristo, que le recrimina “Juana, qué me has hecho” y luego de un grito aterrador derrama sangre de las sienes que chorrea por los lados de su rostro. Recordemos que unas escenas antes Juana ha atacado con una espada a un soldado inglés y, aunque haya sido para defenderse, consiguió matarlo. La imagen de Cristo derramando sangre de las sienes me recuerda una frase de un catequista: “no sigamos martirizando a Cristo en la cruz con nuestros pecados”. Lo sucedido es claro. Juana ha roto el telón de santidad que llevaba su mensaje. El previo pasaje oscuro y el trono de Cristo vacio del sueño son claros: Dios no está más para ella, Juana ha ingresado en un camino oscuro por causa del pecado, como quitarle la vida a otro ser humano y llenarse de odio contra otros cristianos, los ingleses. Quizás sea explícito que Juana en un  principio pidió la paz al Rey invasor y que los ingleses se retiren de buena manera de Francia; también es explícito la ausencia de visiones o mensajes desde la toma de La Tourelle hasta cuando está encerrada en un calabozo porque ha caído en desgracia. Es algo así como que el pecado le hizo privarse de la presencia de Dios en su vida.

El tramo más delicado de la película es la aparición de “La Conciencia”, aquel hombre mayor vestido con una capucha negra que no deja de acosar a Juana increpándole sus acciones y tratando de hacerle entrar en razón dándole otro sentido a las cosas que Juana creyó se trataba de mensajes o señales divinas que la convertían en una elegida para la tarea de liberar a Francia. Ésta es la parte del argumento que puede conducir a cualquiera a creer que Juana ha perdido el juicio, y considerar toda la película como un caso más de psiquiatría; pero eso sería un análisis obtuso y contentarse con una solución superficial.

La Conciencia no es en sí lo que su nombre pretende representar. No es la conciencia de Juana de Arco. Es más bien Dios, quien ha sido maquillado, de cierto modo, con dicho nombre para acomodarlo en la trama. En su primera presentación dice ser aquel niño con el cual Juana se veía jugando, luego aquel hombre de joven edad al cual vio, en otro momento, vio sangrando de las sienes. A lo largo de la historia de Occidente a quien se vincula con dichas imágenes es a Cristo. Segundo, el papel de la conciencia en los últimos tramos del film es muy especial. Empieza a tomar una independencia inusitada yendo más allá de lo que se esperaría; se desenvuelve con la total libertad de no estar sujeta a Juana de Arco: le contradice, le rebate, aparece y vuelve aparecer, le plantea emboscadas y le tiene sujeta a pruebas que demuestren su fe cristiana como si la preparase para la hora de su martirio final y admitirla en su Reino.

Es un asunto delicado ¿cómo dar vida al Ser Supremo en una película? Todo lo que diga y haga tendría que ser inexorable e universalmente cierto. Por lo general, lo que se acostumbra hacer es crear el personaje con lo que se conoce de Él a partir de La Biblia. Los realizadores de la película encontraron en eso una salida adecuada para este problema. Plantearon el pacifismo como elemento que cuestiona a Juana de Arco y reafirma a La Conciencia en su papel de Ser Supremo. Éste le ofrece una entera gama de posibilidades sobre el sentido de la espada que Juana “encontró” en el campo y la cual le confería poder, emanado de los cielos, para librar a Francia de la invasión inglesa… hasta convencerla de que el hallazgo de la espada era un hecho fortuito malinterpretado por Juana.

Resulta muy difícil tener consenso en la idea de que los cristianos invoquen a su propio Dios para luchar contra otros cristianos. La mayor parte de la iconografía religiosa muestra a santos luchando contra monstruos que simbolizan las fuerzas infernales y los pecados; pero nunca en la lucha de un pueblo contra otro. Esa es más o menos la ideología del cristianismo medieval.

Finalmente, lo que redondea la idea de que La Conciencia es Dios es cuando Juana ha perdido el favor del Obispo Pierre Cauchon, quien iba a escuchar la confesión. Es aquel momento posterior en que a Juana la golpean, destruyen sus ropas y la obligan a vestir de hombre; con lo cual demostrarían —ingleses y borgoñones— que era una bruja. En ese momento de abandono final sólo La Conciencia es la única que le permite a Juana acceder al perdón divino, mediante la penitencia; ya cuando no queda quién escuche la última confesión de su atribulada vida.

En la película analizada existe un soporte ideológico de carácter cristiano, difícil de apreciar en ciertas instancias y enredado con el propósito cinematográfico de eludir críticas que lo encasillarían como un producto propagandístico católico. El film termina por ser maquillado de tal manera que sean los espectadores quienes lo calificasen como gusten y éstos se pregunten y decidan por una de las opciones: ¿es una loca o una santa? y luego ¿sufre alucinaciones o ve a Cristo en los trances que experimenta? Aquí por lo menos hemos intentado acercarnos hacia una de esas dos opciones, precisamente la que parece mejor construida, menos simplista y más acorde con lo que se conoce del personaje histórico.

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