miércoles, 12 de enero de 2011

Atila el huno. Un pequeño análisis

Debido al tiempo transcurrido —desde su estreno hasta hoy— ya debe haber literatura crítica de cine muy desarrollada sobre la película. Entonces, evitando caer en un círculo vicioso, mi pretensión es encontrarle algún punto, visto desde cierto ángulo, que termine por ser original y novedoso. Es por ello que termino haciendo esta suerte de ensayo o apreciación crítica centrada en uno o dos temas. Por otro lado, estudiar la película globalmente seria un proyecto que tomaría años y el formato del blog no permite algo tan extenso.


Un futuro entre manos bárbaras y romanas

Hay una cuestión curiosa respecto de Atila y su campaña incorporada en The Conquerors Expansion. Sabemos que Age of Empires II se ocupa de graficar civilizaciones y personajes de la Edad Media; entonces, si fuéramos un poco más exigentes con el juego, Atila no debería porqué ocupar un lugar en el juego. La historia de su reinado, su amenaza sobre Roma y posterior muerte ocurrieron hacia el 453; es cierto, pocos años antes de la caída de Roma, acontecida en el 476. Quizás podemos atribuir la consideración de Atila como parte de un juego sobre el Medioevo debido a que Age of Empires I no se ocupa de él; si bien dicho juego cuenta con los romanos como civilización contra la que hubiera podido enfrentarse, pero los hunos no fueron incluidos allí.  Como consecuencia, los hunos enfrentan a los bizantinos, que ocupan el lugar de los romanos en el juego. Cuando Atila acude a Roma, para entrevistarse con el Papa León I, se encuentra con que Roma es una ciudad de arquitectura del Próximo y Medio Oriente. Ésta es más propia para los bizantinos, pero no para representar a los romanos.

En fin, Atila forma parte de las campañas del videojuego y corresponde ocuparse de él y de la película escogida.

La película está orientada a establecer la lucha entre Roma y los hunos. Este enfrentamiento va más allá de ser una simple guerra. Implican el orden mundial de Roma versus el orden mundial que Atila intenta establecer. Cada uno de estos tiene diferencias entre las que se hallan ventajas y desventajas a favor y en contra de Roma o de los hunos.

Cuando Flavio Aecio arenga a sus tropas —antes de la batalla de los Campos Cataláunicos— recordándoles el gran legado de Roma para el mundo occidental está en lo cierto. Por aquel entonces el Imperio Romano era lo más desarrollado que existía sobre occidente. Palacios, carreteras, ciudades amuralladas, acueductos, coliseos, teatros, mercados, arcos de triunfo, vías y calzadas, el senado y el foro —todos estos ejemplos— son señales que hablan de un mundo civilizado.

El caso de los hunos es todo lo opuesto y, por extensión, lo podemos aplicar al resto de pueblos bárbaros. Son nómades que emigran de acuerdo a la estación, no tienen ciudades establecidas y viven en cabañas fácilmente desarmables, su campamento base no tiene pavimento y está protegido por una empalizada, viven de la caza y su gobierno no tiene la institucionalidad que Roma forjó para sí. Por último, a diferencia del emperador romano o Flavio Aecio, que visten sedas o mejores trajes; Atila viste ropas de tela rústica y abrigos de piel de animales cazados y diseñados de modo también muy rústico.

Hay un punto que juega a favor de los hunos: el espíritu de Atila. Desde niño manifiesta un carácter indomable y defensor de su propia autonomía. Es capaz, siendo pequeño, de enfrentar a los asesinos de su padre sin temores propios de otros niños a su edad. Ya de joven pide a Rua, su tío y líder de los hunos previo a Atila, que le permita comandar tropas y conquistar todo lo que pueda hasta llegar a las puertas de Roma. Es ambicioso, pero Rua no lo cree posible; para él, los hunos sólo llegarían a arañar las murallas romanas. También es capaz de desafiar a Flavio Aecio, cuando viene como parte de una embajada a la corte de Rua, y muestra un cuerpo de un huno supuestamente torturado por los godos para así soliviantar los ánimos de Rua y pelear junto a Roma contra Teodorico.

En cambio, Valentiniano III, el emperador romano, es un joven a quien su madre llama inmaduro pero si vemos con cuidado sus actos —a lo largo de la película— en verdad inspira llamarlo idiota. La cabeza del Imperio Romano está dirigida por un tipo incapaz. Son los últimos años de Roma así que la decadencia es palpable. Ya no es la Roma que produce emperadores de la talla de Augusto, Adriano o Constantino. A lo mucho produce un estratega militar y político como Flavio Aecio que recuerda vagamente a Julio César o Escipión el Africano, hombres de los mejores y salidos de momentos críticos pero con mayores virtudes y moral más pulcra, muy diferentes de Aecio que si bien tiene buenas intenciones, es capaz de jugar sucio cuando lo requiere.

Siguiendo con Atila, el propio Aecio lo mira con admiración al extremo de decir que Roma ya no produce hombres de su talla y que con diez como Atila Roma volvería a ser lo que en su mejor momento fue. Aecio lo quiere de su lado como un aliado. De esta manera se evita al peor enemigo y quedarían los godos, que son más manejables, en caso de enfrentarlos. La batalla entre el bando romano-huno versus los godos es muestra del resultado que puede dar la estrategia de Aecio.

Atila es un hombre de buena moral. Aunque su gobierno sea autocrático, es capaz de ser clemente con aquellos que se rinden e impartir justicia de un modo ecuánime entre los reyes que integran su imperio: pide escuchar a ambas partes del conflicto al mismo tiempo para tomar una decisión judicial. Es Aecio quien le hace una interpretación de las causas y consecuencias de la muerte de Rua provocada por Bleda; al mismo tiempo le dicta una estrategia a seguir para coronarse rey. De esa manera tendría un rey amigo y no un potencial enemigo; pero, en un primer momento, Atila no quiere recurrir a esa treta porque la considera sucia; aunque al final terminará entendiendo que la maniobra malvada de Bleda era cierta y si lucha contra su primo es porque lo considera una forma de hacerle justicia a Rua.

Roma era la tirana de su tiempo (su cara mala) y Atila encarna la oposición a esa tiranía. Por ejemplo, los visigodos, pueblo de postura política vacilante, no cree en Roma y cualquier pacto con Aecio es por necesidad. El resto de pueblos que Atila va uniendo a su naciente imperio ven en Atila a un hombre recto que somete e incorpora a los vencidos dándoles mejor trato. Roma en sus conquistas, por lo general, destruía todo y trataba despectivamente al derrotado y conquistado.

Otro aspecto comparativo importante es el que se puede trazar entre los ejércitos romano y huno. Para Atila las legiones romanas son nada más que bonitos uniformes y una bonita marcha sincronizada. Para ese tiempo las legiones habían dejado de ser lo mejor que fueron; hasta a eso alcanza la decadencia romana. Otro factor importante es la disminución de territorio romano que implicó la menor disposición de hombres para incorporarlos al ejército en caso de guerra; aunque los historiadores suelen decir que, en su mejor momento, Roma nunca tuvo el número suficiente de tropas para hacer una buena defensa de todas sus fronteras.

La contraparte de los soldados romanos es diferente. Según se sabe el volumen corporal y la talla de un guerrero bárbaro era superior a la de un soldado romano promedio. Sin embargo, los hunos se lanzaban siempre desordena y enloquecidamente a la batalla; los romanos tienen ciencia militar, el ejército responde con tácticas de combate aprendidas en el entrenamiento. Lo lógico dictaría que sean los romanos los vencedores; es cierto, vencieron en los Campos Cataláunicos pero a la larga todos los pueblos bárbaros de alguna forma, en distintos años, van minando la resistencia de Roma hasta que cede.

Atila y los hunos dan un golpe —mortal pero no definitivo— a Roma. Debilitan al Imperio pero no lo derrotan. Es otro el pueblo bárbaro, los hérulos, el que va tomar la capital imperial y deponer al último emperador, Rómulo Augústulo, en el año 476.

Godos, francos, suevos, alanos, hérulos, vándalos y demás pueblos bárbaros se instalan en los anteriores territorios del Imperio Romano de Occidente. Traen sus costumbres de incivilizados y por eso tratan de aprender lo que de Roma pueden aprender. Con la caída de Roma, los bárbaros dan apertura a la Edad Media, una época histórica con pocos progresos científicos y culturales, caótica y oscurantista. En otras palabras, no se registran grandes progresos en esos mil años. El legado de la cultura grecolatina es retomado en el Renacimiento, época de gran progreso cultural y científico para el beneficio de la humanidad. Flavio Aecio diría, en su última entrevista con Atila, que la civilización es parte del hombre civilizado, y que el hombre bárbaro no la puede obtener fácilmente. Ése fue el precio que pagó Occidente con la caída de Roma.

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