Debido al tiempo transcurrido —desde su estreno hasta hoy— ya debe haber literatura crítica de cine muy desarrollada sobre la película. Entonces, evitando caer en un círculo vicioso, mi pretensión es encontrarle algún punto, visto desde cierto ángulo, que termine por ser original y novedoso. Es por ello que termino haciendo esta suerte de ensayo o apreciación crítica centrada en uno o dos temas. Por otro lado, estudiar la película globalmente seria un proyecto que tomaría años y el formato del blog no permite algo tan extenso.
Los atributos de un gran héroe
De principio a fin la película está orientada a definir a El Cid como un gran héroe, a la altura de un público medieval, y las virtudes que le harían casi perfecto y, al mismo tiempo, también orientado al público de nuestros tiempos. Incluso, en los puntos más bajos, en aquellos que se le puede menospreciar un defecto, asoman virtudes que nos permiten darle una apreciación nueva y más beneficiosa para el personaje. Es por todo lo anterior que hemos decidido hacer un inventario de esas virtudes, al mismo tiempo que éstas suponen un pretexto para un análisis de la película.
El Cid, también conocido como Ruy Díaz de Bivar, se hallaba en camino a sus esponsales cuando desvía sus propósitos para luchar contra unos moros que han asaltado, saqueado, quemado y destruido un pueblo cristiano. A los moros los logra vencer; mas no rescatar al pueblo. Ante las plegarias del párroco de la localidad, pidiéndole a Dios el envío de alguien que salve a España, aparece Mío Cid. Esa imagen en la que carga la imagen de Cristo parece ser simbólica en el sentido de darle un soporte a fe cristiana. Sin embargo, hay que hacer una salvedad: no es el propósito de un hombre que luche una guerra santa contra el Islam para el beneficio cristiano. Definitivamente, no. Es más bien la idea de dar un soporte a los ideales cristianos de amor al prójimo y tolerancia hacia el otro, por más diferente que sea. Es ese momento, no cabe duda, el corazón de un verdadero cristiano antes que la mano de un guerrero.
Nuestro héroe tiene un gran respeto por el derrotado. Entre los primeros vencidos se halla Mutamin, un príncipe moro que promete la paz hacia los cristianos si es puesto en libertad. El Cid le hace jurar de que no vuelva a empuñar la espada contra cristianos; Mutamin, a manera de agradecimiento, le da el apodo con el que pasa a la posteridad: Mío Cid o Gran Señor por su gran voluntad guerrera pero al mismo tiempo por su caballerosidad: aunque este acto le cueste quedar indispuesto ante el alférez real y el Rey Fernando.
Más adelante, cuando el Cid está camino a cumplir su primera misión en el papel de nuevo alférez real de Castilla, le toca sufrir un acto de traición por parte del Conde Ordóñez. La relación con éste personaje dentro de la película es difícil, porque desde antes del matrimonio entre El Cid y Doña Jimena ya suponía un antagonista pues deseaba el amor de ésta, lo cual era más beneficioso pues el Conde Ordóñez era de un rango nobiliario superior al Cid, quien en el film no pasa de ser un caballero.
Un rasgo admirable del Cid es su capacidad de asimilar a los derrotados para incorporarlos a su grupo de amigos o, al menos, en la lista de aquellos que no le van a causar daño o le van a favorecer. Es Mutamin, el moro liberado, quien aparece de la nada con sus jinetes para desbaratar el complot de Ordónez. Una vez vencido el conde, el Cid opta nuevamente por perdonarle la vida. Es cierto que lo hace para que su matrimonio no sea manchado con más sangre; pero veremos que en el futuro termina siendo servicial hacia el Cid cuando rescata de los calabozos a Jimena y sus hijas. Todavía llega más lejos participando del asedio a Valencia y en un viaje de exploración para averiguar las posiciones de Ben Yusuf y que termina muriendo de la manera que ningún fiel cristiano desearía.
Otro que, vencido, va pasar a formar parte de su lista de amigos será el pueblo de Valencia. El Cid, como parte de su destierro y aliado con Mutamin y otros reyes moros, deciden poner cerco a la mencionada ciudad antes que la tome Ben Yusuf y la utilice como una base desde la cual dominar la Península Ibérica. Valencia es sometida a un duro asedio, los habitantes padecen de hambre y enfermedades y, los que pueden, huyen de la ciudad por la noche. Sin embargo es admirable cuando el Cid decide tomar la ciudad. Da un discurso en el que ofrece la paz; una vez acabado éste en vez de atacar con balas de catapulta, lanza panes que caen dentro de la ciudad. Los hambrientos habitantes caen como avalancha sobre los alimentos. Entonces, frente a un hombre que asedia a sus enemigos y en el momento que debe tomar la ciudad a la fuerza ofrece pan para saciar el hambre, al pueblo lo único que le queda es olvidarse de las penurias. La guardia de la ciudad cede. La guardia de Ben Yusuf pretende controlar el desorden social por medio de las armas pero el pueblo termina venciendo al mismo tiempo que deponen a su gobernante moro, quien vivía una vida de lujo mientras su pueblo padecía los estragos del asedio. El Cid se gana los corazones de los moros valencianos.
Valencia será su base para poder enfrentar al fanático musulmán Ben Yusuf. El Cid, en tanto es un hábil guerrero, sabía que era conveniente tomar Valencia y protegerse tras sus murallas. El Rey Alfonso prefiere combatir en Sagrajas (a pedido de Ben Yusuf) lo que supone un error militar que el rey de Castilla lo paga con una fuerte derrota. El Cid decide no presentarse a la batalla, e incluso aconseja al rey no hacerlo. Al final vemos quién obró mejor. El Cid conoce de estrategias militares.
La literaria pero no histórica “Jura de Santa Gadea”, que es una ofensa contra los criterios de la autoridad regia, trae un trasfondo de buena voluntad a pesar que para El Cid resulta contraproducente ya que lo lleva a ser desterrado. Lo que nuestro personaje quiere es que el Rey demuestre no ser estar involucrado en la muerte de su hermano Sancho; ya que con ello se disipan las dudas de la muerte de su hermano. Para ello, el nuevo rey debe juramentar sobre La Biblia. Es cierto que en la Edad Media el rey sólo le rinde cuentas a Dios. Con ese propósito El Cid le obliga a juramentar; pero que un plebeyo obligue a un rey supone una gran insolencia. El Cid tiene un gran sentido de ser cristiano. Ya hemos visto lo que hace con sus enemigos de la Fe; pero también es interesante que someta el destino de un combate y el futuro de un reinado a la voluntad divina.
Cuando se oye de la boca de Muntamid ¡Dios, qué buen vasallo! si tuviese buen señor resulta ser un eco del Poema del Mío Cid. Es muy interesante ver cómo El Cid con un ejército propio —compuesto de seguidores suyos— conquista Valencia. Podría fácilmente coronarse rey de Valencia, ya que tenía todo el derecho y un ejército para defenderlo; sin embargo, toma la corona y nombra a Alfonso como rey de aquella ciudad… a cambio de nada, ni siquiera de reclamar el perdón regio que quedaba pendiente. El Rey Alfonso acude a Valencia cuando el Cid está en sus últimas horas. Quiere pedirle perdón por su proceder pero el Cid le recuerda que es rey y no debe arrodillarse ante nadie. Con todo esto queremos decir que El Cid se comporta siempre como un fiel y leal vasallo.
Otros valores que aparecen en menor medida pero que no dejan de ser importantes son la ternura con la que mira a sus hijas y el cariño por Doña Jimena. Incluso en las horas difíciles de su amor, lo pone a disposición de su futura esposa porque sabe que con la muerte de su futuro suegro no tiene méritos para merecer a la hija. Es cierto que el duelo por el honor de su padre lo lleva a matar al alférez real del rey Fernando; pero también podemos considerar que llega a suplicarle que pida perdón por haber arrojado el guante en la cara de su padre en la corte y que suponía una grave afrenta. Frente a un Cid que busca por las buenas un entendimiento, tenemos a un alférez que se revela soberbio e incapaz de ofrecer disculpas. El Cid es muchas veces más noble que un hombre con título nobiliario.
Es un valiente guerrero. Uno capaz de enfrentar hasta a trece jinetes (aunque con la ayuda del aún infante Alfonso), pero su voluntad por hacerlo ya demuestra que confiaba en la victoria (porque considera que su causa era justa a los ojos de Dios). Luego está su decisión de enfrentar al alférez real de Aragón con lo cual demostraría que no es un traidor, cuando se dudaba de su capacidad para ganar duelos personales.
Finalmente, hay que decir que El Cid es fiel a sus valores. En la trama son sometidos a prueba y en ningún momento muestra titubeos. Nunca falla, no tiene caídas, su figura es monolítica. Un héroe que ronda con la perfección.
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